martes, 23 de septiembre de 2014

Sin carne, por favor

¿Qué es lo que no te gusta comer? Carne, respondí al doctor, después de que vio mis estudios de sangre. Resulta que mis niveles de hemoglobina, eritrocitos y hematocrito están al límite de lo normal, a punto de pasar al nivel bajo. Así que, entre otras acciones, debo comer comida rica en hierro.

Sin ser vegetariana o regañar a los demás por lo que comen, nunca he hecho dietas o comido suplementos o licuados para crear músculo o esas cosas de la era posmoderna. Tampoco soy de esos fanáticos que sólo comen de su huerto y cosas orgánicas y biológicas y no sé cuál es el adjetivo de moda.

Tan sólo no como mucha carne. No es mi hit. Siempre que la como, tengo que reposar como vaca o puerco, dependiendo qué tipo de carne haya comido.

 Vaquitas pastando en Peak District.
 
Ahora, imaginen que digo esto cuando visito a mi familia en Tamaulipas y Texas. Obvio, todos me voltean a ver como LA especial, la city girl y la chica vegetariana que viene de la ciudad.

Además, allá no comen carne congelada y empaquetada del supermercado, que sólo sabes qué vas a comer por la etiqueta sobre el plástico que dice: puerco, res, pavo o pollo. No, no, no, allá casi hay una relación sentimental con el animal. Saben su valor, vivo o muerto. Lo respetan, y sí, lo comen mucho. La carne, y saber de carne, es elemental.

En Tamaulipas, parece que todos conocen las partes más ricas de la res. En Texas, la carne siempre era la estrella en las parrilladas que hacíamos. 

Un fin de semana en Mánchester, fuimos a Peak District. Cuando llegó la hora de comer, todos pidieron especialidades del country side, o sea, cordero, roast beef o pays de carne. Me vieron rarísimo cuando dije: lasaña, por favor. (La pedí porque era el platillo que menos carne contenía).

Así que en este punto carnívoro, no soy la mejor norteña. He defraudado un poco a mis parientes. Pero ahora que el doctor la recetó una vez a la semana, tengo oportunidad de demostrarles que yo también puedo comer carne, y cocinarla.

 Los borregos dicen: save the humans.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El día que conocí Tlatelolco

Por vivir al norte de la ciudad, toda la vida he pasado por Tlatelolco. En coche, camión o bicicleta (aquí puedes leer sobre esta experiencia en dos ruedas), atravesaba esta zona sin detenerme. No lo conocía. ¿Pueden creerlo?

Más allá de la zona arqueológica, la arquitectura o su historia violenta, mi curiosidad por Tlatelolco creció por unos arcos que veía a lo lejos y los grafitis que constantemente cambian en la zona. Dos de mis aficiones: arquitectura y arte urbano. 

Empecé mi recorrido con el arte urbano. Caminé sobre Reforma Norte para ver mejor los murales. Subí algunas fotos a mi cuenta de Instagram y varios amigos me inundaron de preguntas (que dónde andaba) y gente que no conozco, desde España y Estados Unidos, me informaron que los autores grafiteros son conocidos. 

Nombres como Hyuro, Hitnes, Ericail Cane, Smitheone, son quienes más obras tienen por la zona.


Éste es de Smitheone.


Al fin conocí los dichosos arcos. Es un área restaurada, y protegida supongo, por el INAH. Se trata del Tecpan. Es magnífico por su aparente simplicidad. Hay un policía echando ojo, pero es amable, más bien sacado de onda de que haya visitas. 

A un costado de la edificación, hay un mural de Siqueiros (sí, el mismísimo) llamado “Cuauhtémoc contra el mito”. Te apuntas en el libro de visitas y puedes ver con toda comodidad la obra, pues no hay mucha gente. También hay unas cabezas-esculturas a los costados de Luis Arenal

Lo que no me gustó fueron unas mantas horribles del INAH donde anuncian que trabajan. Por estos plásticos, el Tecpan no luce en su esplendor en las fotos.


Continué el recorrido por otra discreta construcción. Esta vez por el Jardín de Santiago. ¡Qué increíble parque! Tiene unos árboles gigantes. Ese día, unos grupos hacían algo similar a Tai Chi y otros Box, actividades opuestas conviviendo en armonía, vigilados por un vagabundo acostado plácidamente. 

Hasta su kiosco es diferente. En realidad no es un kiosco, se trata de un monóptero hermoso. Todo el parque (construido por Mario Pani) está inspirado en uno de Aguascalientes.


   ¡Hasta plátanos encontré!


Salí del parqué. Vi unos cuántos grafitis de inspiración zapatista y seguí caminando. Llegué a las fuentes. Como era temprano, me tocó ver cuando prendieron las bombas de agua. Poco a poco, subió el nivel del agua, como marea en la noche, y los perros que jugaban en las fuentes vacías se recorrieron a otro lado, con todo y dueños.




La Iglesia de Santiago, con tezontle y talavera, qué imponentes paredes, por dentro y por fuera. Tiene unos vitrales pequeños, con un azul cobalto, muy similares a los hechos por Mathias Goeritz en la Parroquia de San Lorenzo. 

Existen pocos adornos adentro de la iglesia. Hace poco leí que antes había un retablo plateresco, ahora sólo queda un panel, ubicado en el altar.


                        Pared muuuuy alta.                  Azuloso por dentro.
 
No podía dejar de pisar la plaza infame por la masacre del 2 de octubre. Ahora es sólo una plancha, con niños corriendo, en patinetas, echando burbujas, familias paseando, a pie o en bicicleta. Que difícil debió ser estar ahí, antes (y también después) en el edificio Chihuahua.

 Hay pequeños murales (de arte urbano) sobre el 2 de octubre.


Desde las ruinas, hay una bonita vista de otros edificios que forman el complejo habitacional hecho por Pani. Por si quieren tomar fotos a edificios, como yo. También el Centro Cultural Tlatelolco se ve muy bien desde ahí. Hay una placa que resume lo acontecido en la zona: el nacimiento doloroso de nuestra cultura. La mexicana.



Así fue el día que por fin conocí Tlatelolco.


lunes, 8 de septiembre de 2014

De lluvias y días nublados

Ahora que el DF sufre los estragos del cambio climático, tenemos lluvias marca monzón. Además de que la temporada de precipitaciones pluviales va de febrero a septiembre, y contando.
 
En estos días nublados, nunca falta el atinado comentario de: me encantan los días así, me inspiran, van mejor con mi personalidad y un etcétera de clichés.
 
Si acaso, lo que me gusta de estos días es el tipo de ropa que puedes usar. Gabardinas, hoodies y, mis favoritas, botas. Pero de ahí en fuera, me es difícil apreciar en su totalidad los días nublados desde que los conocí realmente en el norte del mundo.
 
Y, es que, ¿cuál es el lugar por excelencia de este tipo de clima? Ah, pues en ese país que pensaron, pasé dos meses bajo la lluvia en verano (después lo visité en invierno y también llueve).
 
Quisiera ver a esos aficionados de la lluvia bajo el clima británico, rodeados por agua, lluvias interminables y pensar: ¿dónde termina la neblina y empiezan las nubes?

Allá ellos, mientras quiero absorber la mayor cantidad de sol posible, antes de que me mude de latitud.

Salford, Manchester