jueves, 9 de octubre de 2014

Un estado editor en el DF

Gracias al reciente debate sobre el estado editor, a través de sus organismos del Fondo de Cultura Económica y Conaculta, estuve reflexionando un poco sobre mi relación con estas editoriales. Cuando adquiero sus libros, no pienso en el estado editor, al estilo de los libros de texto en la primaria.

Del Fondo compro, sobre todo, de filosofía. Los breviarios me gustan, más en la onda de comentaristas y contextos históricos. Hace poco compré Marx y su concepto del hombre, de Erich Fromm, que también incluye los Manuscritos económico-filosóficos. Buenísimo. 

 Breviarios, así sí estudio.
 
Además de traducciones y ediciones confiables de textos filosóficos, mi última perdición son la ediciones alemán-español de Kant. Aprendo sobre mi amigui Kanti y avanzo en mi manejo del idioma alemán.

  Leer a Kant en alemán porque YOLO.

Como si esto no fuera suficiente, ahora que soy estudiante de la Unam, me dan un descuentazo increíble en los libros de su editorial. Por cierto, ¿han visto los libros infantiles del Fondo? Hay muchísimos de Isol, a quien amo mucho con lo poco que queda de ingenuidad en mi corazón.

Mientras que de Conaculta, lo que más conozco es lo relacionado con Tierra Adentro. Mi fascinación por las revistas incluía su publicación, y me gustan sus libros de nuevos autores, unos más afortunados que otros. Así conocí a Carlos Velázquez y un librito maravilloso llamado Cuando todo el mar, de Gabriel León. Rescato que puedo leer a autores que posiblemente no podría hacerlo en otro lado.

La edición de Tierra Adentro de La Biblia Vaquera.

Así que, este estado editor no me parece una mala idea. Ayuda a mi muy particular caso escolar y nutre mis intereses peculiares. Pero, claro, esta perspectiva es de una defeña.

Mi mamá me platicó que en Tamaulipas, tenían que juntarse varios interesados para que un maestro viniera al DF a comprar libros para la escuela (a nivel primaria). Okei, eso fue hace años, pero las cosas no han cambiado mucho.

Mis primos hace poco terminaron la universidad (pública y privada) en el estado tamaulipeco y pasaron por lo mismo. Si uno de sus profesores venía al DF, se organizaban para que, a su regreso, llevara libros que necesitaban para sus estudios.
 
Aunque, claro, la no llegada de libros no es impedimento para la creación literaria y, en general, artística. El Norte, ese microcosmos, siempre presente, aunque lo quieran incomunicar.

martes, 23 de septiembre de 2014

Sin carne, por favor

¿Qué es lo que no te gusta comer? Carne, respondí al doctor, después de que vio mis estudios de sangre. Resulta que mis niveles de hemoglobina, eritrocitos y hematocrito están al límite de lo normal, a punto de pasar al nivel bajo. Así que, entre otras acciones, debo comer comida rica en hierro.

Sin ser vegetariana o regañar a los demás por lo que comen, nunca he hecho dietas o comido suplementos o licuados para crear músculo o esas cosas de la era posmoderna. Tampoco soy de esos fanáticos que sólo comen de su huerto y cosas orgánicas y biológicas y no sé cuál es el adjetivo de moda.

Tan sólo no como mucha carne. No es mi hit. Siempre que la como, tengo que reposar como vaca o puerco, dependiendo qué tipo de carne haya comido.

 Vaquitas pastando en Peak District.
 
Ahora, imaginen que digo esto cuando visito a mi familia en Tamaulipas y Texas. Obvio, todos me voltean a ver como LA especial, la city girl y la chica vegetariana que viene de la ciudad.

Además, allá no comen carne congelada y empaquetada del supermercado, que sólo sabes qué vas a comer por la etiqueta sobre el plástico que dice: puerco, res, pavo o pollo. No, no, no, allá casi hay una relación sentimental con el animal. Saben su valor, vivo o muerto. Lo respetan, y sí, lo comen mucho. La carne, y saber de carne, es elemental.

En Tamaulipas, parece que todos conocen las partes más ricas de la res. En Texas, la carne siempre era la estrella en las parrilladas que hacíamos. 

Un fin de semana en Mánchester, fuimos a Peak District. Cuando llegó la hora de comer, todos pidieron especialidades del country side, o sea, cordero, roast beef o pays de carne. Me vieron rarísimo cuando dije: lasaña, por favor. (La pedí porque era el platillo que menos carne contenía).

Así que en este punto carnívoro, no soy la mejor norteña. He defraudado un poco a mis parientes. Pero ahora que el doctor la recetó una vez a la semana, tengo oportunidad de demostrarles que yo también puedo comer carne, y cocinarla.

 Los borregos dicen: save the humans.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El día que conocí Tlatelolco

Por vivir al norte de la ciudad, toda la vida he pasado por Tlatelolco. En coche, camión o bicicleta (aquí puedes leer sobre esta experiencia en dos ruedas), atravesaba esta zona sin detenerme. No lo conocía. ¿Pueden creerlo?

Más allá de la zona arqueológica, la arquitectura o su historia violenta, mi curiosidad por Tlatelolco creció por unos arcos que veía a lo lejos y los grafitis que constantemente cambian en la zona. Dos de mis aficiones: arquitectura y arte urbano. 

Empecé mi recorrido con el arte urbano. Caminé sobre Reforma Norte para ver mejor los murales. Subí algunas fotos a mi cuenta de Instagram y varios amigos me inundaron de preguntas (que dónde andaba) y gente que no conozco, desde España y Estados Unidos, me informaron que los autores grafiteros son conocidos. 

Nombres como Hyuro, Hitnes, Ericail Cane, Smitheone, son quienes más obras tienen por la zona.


Éste es de Smitheone.


Al fin conocí los dichosos arcos. Es un área restaurada, y protegida supongo, por el INAH. Se trata del Tecpan. Es magnífico por su aparente simplicidad. Hay un policía echando ojo, pero es amable, más bien sacado de onda de que haya visitas. 

A un costado de la edificación, hay un mural de Siqueiros (sí, el mismísimo) llamado “Cuauhtémoc contra el mito”. Te apuntas en el libro de visitas y puedes ver con toda comodidad la obra, pues no hay mucha gente. También hay unas cabezas-esculturas a los costados de Luis Arenal

Lo que no me gustó fueron unas mantas horribles del INAH donde anuncian que trabajan. Por estos plásticos, el Tecpan no luce en su esplendor en las fotos.


Continué el recorrido por otra discreta construcción. Esta vez por el Jardín de Santiago. ¡Qué increíble parque! Tiene unos árboles gigantes. Ese día, unos grupos hacían algo similar a Tai Chi y otros Box, actividades opuestas conviviendo en armonía, vigilados por un vagabundo acostado plácidamente. 

Hasta su kiosco es diferente. En realidad no es un kiosco, se trata de un monóptero hermoso. Todo el parque (construido por Mario Pani) está inspirado en uno de Aguascalientes.


   ¡Hasta plátanos encontré!


Salí del parqué. Vi unos cuántos grafitis de inspiración zapatista y seguí caminando. Llegué a las fuentes. Como era temprano, me tocó ver cuando prendieron las bombas de agua. Poco a poco, subió el nivel del agua, como marea en la noche, y los perros que jugaban en las fuentes vacías se recorrieron a otro lado, con todo y dueños.




La Iglesia de Santiago, con tezontle y talavera, qué imponentes paredes, por dentro y por fuera. Tiene unos vitrales pequeños, con un azul cobalto, muy similares a los hechos por Mathias Goeritz en la Parroquia de San Lorenzo. 

Existen pocos adornos adentro de la iglesia. Hace poco leí que antes había un retablo plateresco, ahora sólo queda un panel, ubicado en el altar.


                        Pared muuuuy alta.                  Azuloso por dentro.
 
No podía dejar de pisar la plaza infame por la masacre del 2 de octubre. Ahora es sólo una plancha, con niños corriendo, en patinetas, echando burbujas, familias paseando, a pie o en bicicleta. Que difícil debió ser estar ahí, antes (y también después) en el edificio Chihuahua.

 Hay pequeños murales (de arte urbano) sobre el 2 de octubre.


Desde las ruinas, hay una bonita vista de otros edificios que forman el complejo habitacional hecho por Pani. Por si quieren tomar fotos a edificios, como yo. También el Centro Cultural Tlatelolco se ve muy bien desde ahí. Hay una placa que resume lo acontecido en la zona: el nacimiento doloroso de nuestra cultura. La mexicana.



Así fue el día que por fin conocí Tlatelolco.


lunes, 8 de septiembre de 2014

De lluvias y días nublados

Ahora que el DF sufre los estragos del cambio climático, tenemos lluvias marca monzón. Además de que la temporada de precipitaciones pluviales va de febrero a septiembre, y contando.
 
En estos días nublados, nunca falta el atinado comentario de: me encantan los días así, me inspiran, van mejor con mi personalidad y un etcétera de clichés.
 
Si acaso, lo que me gusta de estos días es el tipo de ropa que puedes usar. Gabardinas, hoodies y, mis favoritas, botas. Pero de ahí en fuera, me es difícil apreciar en su totalidad los días nublados desde que los conocí realmente en el norte del mundo.
 
Y, es que, ¿cuál es el lugar por excelencia de este tipo de clima? Ah, pues en ese país que pensaron, pasé dos meses bajo la lluvia en verano (después lo visité en invierno y también llueve).
 
Quisiera ver a esos aficionados de la lluvia bajo el clima británico, rodeados por agua, lluvias interminables y pensar: ¿dónde termina la neblina y empiezan las nubes?

Allá ellos, mientras quiero absorber la mayor cantidad de sol posible, antes de que me mude de latitud.

Salford, Manchester
 

lunes, 25 de agosto de 2014

Sugerencia de una ciclista del norte

Debo aclarar que le entré a la onda ciclista hace unos meses. Cada vez que ruedo con Turbina (así se llama mi bici, gracias a esta canción), me enamoro más de esta actividad. Así como el primer amor, te clavas sin importar el mañana.

Sí, ya sé que muchos dirán que es una moda, que odian a los ciclistas, que son unos chiflados y un sinfín de pretextos y reclamos. Tal vez tendrán algo de razón, pero no es el tema que me ocupa en esta ocasión.

Acá, en el norte del DF, no hay ciclopistas y mucho menos estaciones de Ecobici. Vivo con la esperanza de que aumenten estos servicios más allá del circuito Roma-Condesa-Polanco-Reforma. No tengo nada en contra de estas zonas defeñas, pero en Reforma, por ejemplo, existen varias estaciones muy cercanas entre sí, cercanas me refiero a dos cuadras de distancia.

El Paseo Dominical, Muévete en Bici lo han extendido hasta unas cuadras de mi barrio norteño, a la calle de Victoria (mapa). Aunque se agradece, la experiencia es un poco complicada.

En primer lugar, el estado de Calzada de los Misterios es lamentable. Baches, hoyos, topes involuntarios, vías de tren en pésimo estado, mosaicos levantados, coladeras destapadas. No sabía que podía haber tantos males en una calle. He visto muchas caídas en esta pista de obstáculos, donde cualquiera puede tropezar, a menos que seas un maestro del manubrio, como Vincenzo Nibali, claro.

La otra razón es que hay varios cruces peligrosos y no hay policías auxiliares. Es decir, los coches, al no ver a su igual (o sea, otro coche), no se detienen en los altos. Cruces como los de Robles Domínguez, Manuel González, Circuito Interior, que son avenidas grandes, no cuentan con ayuda eficiente.

A diferencia de la parte bonita, la turística, donde hay policías y personas con letreritos de alto/siga para ayudar a cruzar con más seguridad. Las autoridades (cof cof, Tanya Müller) siempre presumen la parte de Reforma. Deberían ver el cruce de la glorieta de Simón Bolívar, donde los coches y camiones avientan lámina a ciclistas, corredores, paseadores, perros y niños (aquí puedes leer sobre una zona de por ahí: Tlatelolco).

Una vez escuché a unas chavas decir: llegamos a la parte más fea. No las culpo. En vez de que la ampliación del paseo sirva para que conozcan esta parte olvidada de la ciudad, los anima a no regresar. 

A pesar de esto, en el norte también andamos en bici. Espero no nos olviden. De hecho, es uno de los propósitos de este humilde blog: subrayar que también hay vida al norte.

 

lunes, 18 de agosto de 2014

Regreso a clases

El año pasado volví a tomar clases. Después de cinco años, dije: voy por la segunda ronda. Ya casi llego a la mitad de mi segunda licenciatura y termino el nivel A1 del alemán, apenas.

Hoy regresaron mis sobrinas a la escuela. Obvio asisten a un colegio de la zona norte del DF, norteño como al que yo fui desde mis años preescolares.

Mi excolegio es el primerito que ves cuando entras al DF desde Pachuca y la zona de las pirámides.

Recuerdo que desde el salón podías ver el cerro y, si tenías una vista de halcón, la carretera que lo atraviesa. También recuerdo que, cuando había incendios en el cerro, se veía el humo o, incluso, podías ver a la gente paseando en la montaña.

Existía esa sensación de al aire libre. Ese colegio tenía un gran, grandísimo terreno, con un campo central enorme. Casi que aprendí a sumar entre la naturaleza.

Fue hasta la prepa que corté el cordón umbilical del norte defeño y me fui a estudiar al sur, a un colegio súper fresa de Mixcoac. Ahí aprendí que las escuelas son aulas, sin campos de pasto verde, sino cemento con rayas amarillas y rojas, que el panorama no consiste en ver un monte, sino que una escuela está sumergida en la ciudad.

Después de ir a una universidad en Santa Fe, ahora voy a LA universidad sureña (y supongo que mexicana también) por excelencia. Desde ahí también puedo ver las montañas. 

Así ha sido mi vida escolar, ir a colegios y universidades en los extremos de la ciudad. A la primera y a la última, a una norteña y a una sureña, desde el principio hasta el final de la ciudad, o viceversa.
 

miércoles, 13 de agosto de 2014

El otoño de mis Converse

Son pequeños detalles los que delatan a un ser adulto, más allá de independizarte o necesitar dormir ocho horas para ser una persona funcional.

Con las responsabilidades he podido lidiar, pero algo que me costó trabajo, y hasta me dolió en mi corazoncito (y de paso, a mis pies), fue tener que dejar a un lado los Converse.

¿Por qué? Me lastiman. Bien me decía mi mamá que esos tenis no le gustaban por su suela plana, mala para el arco. No sé cómo puedes caminar con esos, me decía en mi juventud. 

Hasta hace poco entendí a mi madre. He limitado el uso de mis Converse (a ocasiones muuuy especiales, que no requieren caminar mucho) porque me cansan. Esos zapatos que tanto significan, entre rebeldía, carga histórica y diseños increíbles (mis favoritos son los de camuflaje militar), ahora son sinónimo de dolor en los pies. Bienvenida a los 30.


lunes, 4 de agosto de 2014

Siempre Norte

En mi primera entrada debo explicar porqué llamé así a esta bitácora. Sí, ya sé, se oye muy cursi, pero tiene otro significado, muy relacionado con un (casi) estigma que he llevado toda mi vida.


El nombre tiene que ver con mi condición de vivir al norte y de estar relacionada con otros norteños. Mi condición norteña me ha hecho ver la vida (sobre todo la ciudad) de otra forma.


He vivido al norte del DF, prácticamente, toda mi vida. Ojo: de la ciudad, no en Satélite. En mi adolescencia, vivía por acá, mientras todas mis amigas vivían en el sur. Estudié en una prepa fresa de Mixcoac y fue cuando noté, por primera vez, que era norteña.


Mi familia materna es de Tamaulipas. Toda la vida he ido a ese estado norteño y, en cada viaje, lo sigo conociendo. Esto va ligado a visitar Estados Unidos pues, de esa mitad familiar, casi todos cruzaron el río para nunca regresar.


Uno de mis hermanos, desde hace una década, migró a Inglaterra. No sólo vive en un país del norte, sino en una ciudad al norte de la capital británica. Cuando lo he visitado, he podido ver la aparente rivalidad entre la céntrica Londres y la orgullosa Mánchester.


Además, recientemente, las rutas del amor y la universidad me han dirigido un poco al idioma alemán y a Berlín. Otro norte.


Casualidad o camino que he escogido, el norte está en mí y yo en él. Por eso elegí este nombre, porque mi corazón está al norte: de la ciudad, del país y del mundo.