La historia siempre me fascinó: afirmar una mentira y vivir su tormento. Hay una escena o, mejor dicho, una promesa en la historia: vivir en una casa cerca de la playa. Un happy ending, como canta Pulp.
No he visitado muchas, pero en las playas que conozco siempre hace calor, sin importar la época del año. Si acaso el agua es fría en los meses de otoño e invierno (o como dicen en Matamoros: en los meses que tienen m no hay que meterse al mar porque está frío y bravo), pero se puede andar en traje de baño.
La curiosidad de conocer una playa de frío, como la del final feliz de los amantes, creció. Me parecía más exótico ir a una playa donde la gente esté tapada que a una supuesta playa virgen.
Hace poco visité a mi hermano en Manchester, (para leer más al respecto, da clic aquí). Bless his heart, mis visitas están más del lado de la sorpresa que de las planeadas. Él y su novia C nos llevaron a un lugar del que nunca había escuchado: Whitby.
No sabía nada de ese lugar, hasta la pronunciación me parecía rara. En el camino, me enteré que la ciudad se puede recorrer en un día y, después de ver los letreros en la autopista, que está al Norte.
El camino siempre me lleva
al Norte.
Atravesamos la isla, casi de
extremo a extremo, y sí, vimos más ovejas que personas. También vi los árboles
que empezaban a hacer la transición de invierno a primavera, los botones
comenzaban a aparecer, otros ya estaban abriendo, las ramas ya no se veían tan
solitarias.
El fenómeno que más me llamó la
atención, pues por mi triste condición de citadina nunca lo había visto, fue
como una enredadera empieza a invadir el tronco del árbol, hojas empiezan a
poblar los troncos desde el nivel de la tierra hasta lo más alto. Esos árboles
son un monstruo verde.
Whitby.
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