jueves, 27 de agosto de 2015

Cómo llegar a la frontera

¿Cómo llega uno al norte? Mejor aún, ¿cómo llegó la gente hace 70, 80 años a la frontera? Esto de buscar (desde coordenadas sureñas) la frontera para cruzar el río y tener una vida más es un fenómeno de antaño.


La historia de mi familia no es muy diferente. Mi bisabuela tuvo a dos de sus hijos (mi abuelo y S) en Salamanca, Guanajuato, antes de ir a Tampico. 


Instalados en Tampico, nació L, hija de un papá diferente. No sé si por eso no es muy mencionada en las anécdotas de la familia. Siempre hablan de ella con reservas y pocas veces sobresalen buenos comentarios. Mi abuelo no la veía bien porque era demasiado feliz para su gusto. Mamá la recuerda como una mujer que disfrutaba bailar, “bailaba en todas las fiestas populares y bailaba muy bien”.


Supongo que la separación entre los hermanos empezó desde entonces. L fue la primera en irse a la frontera. Su primer trabajo fue en un cabaret de cocinera, según mi abuela materna, que no sé si lo dijo así para guardar un poco el pudor. Conociendo un poco la noche de Matamoros, no es sorprendente que esos lugares que sólo abren cuando desaparece el sol sean grandes fuentes de trabajo.


La siguió S, quien ya tenía varios hijos y nada que extrañar en Tampico. Mamá siempre se refiere a la vida pre-frontera de su papá y tías como un periodo difícil, “no vivieron, sobrevivieron”. Las dos medias hermanas ya estaban en Matamoros, mi abuelo esperó un poco antes de ir al norte. 


Durante ese tiempo empezó el auge del algodón en ambos lados de la frontera. Con más confianza en la zona, L empezó a cruzar el río "por las piedritas" para trabajar en la pizca de algodón

El Bravo enrejado. Foto por gs_laura.

Poco a poco alcanzó las condiciones suficientes para arreglar sus papeles y vivir en Brownsville con todas las de la ley (su hija ya nació con pasaporte americana). Después S migró, legalmente con todos sus hijos, al sueño americano.

Entonces, todo empezó con L, una tía abuela poco reconocida en la familia. La primera que nació en el norte y quien persiguió esa coordenada durante su vida. Gracias a ella norteños somos.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Tuve una bisabuela

Hoy, por primera vez, conocí a mi bisabuela. Hasta me cuesta escribir la palabra: bis-a-bue-la. Nunca me había preguntado sobre mis bisabuelos, si acaso he preguntado sobre mis abuelos que, en el mejor de los casos, apenas conocí.


Practico una nada honrosa tradición de decir: “el papá de mi mamá” o decirle a mi mamá: “tú mamá” para referirme a mi abuela. Decir la oración “mi abuelo es o hizo tal”, no, nunca. Son extrañas para mí esas palabras y mucho más esas relaciones familiares. 


A mi abuelo materno apenas lo conocí. Me regalaba libros de su biblioteca personal cuando lo visitaba, siempre imaginé que lo hacía para desocupar espacio de su apretado, desordenado y sin aire acondicionado hogar (es que una casa en Matamoros sin clima no es casa habitable).


Mi abuela materna todavía vive, pero la he visto dos veces en mi vida: una vez que mi tía A (prima de mi mamá) me llevó, en contra de mi voluntad, a conocerla. Recuerdo sus palabras más o menos: tienes que conocerla, es tu familia; como si fuera una obligación. La segunda vez fue en el funeral de su exesposo, el papá de mi mamá, “mi abuelo”. No sé mucho de ella, sólo sé que dejó a mi mamá y tíos de pequeños y que tuvo un hijo diabético con su segundo esposo. 


Mis abuelos paternos ya habían desaparecido de este mundo cuando yo aparecí en él (ahora que estoy leyendo a Merleau-Ponty tengo sus conceptos pegados). Sólo los conozco detenidos en el tiempo en blanco y negro.


Así que no, no supe lo que significa ser nieta. Cuando veo cómo mis sobrinas adoran estar con su abuela (mi mamá), alcanzo a entender un poco lo que me perdí. Me tocó no tener abuelos. Sí, me queda una abuela, pero el tiempo para conocerla has come and gone, el lazo sanguíneo no me es suficiente y, además, ella tiene a sus propios nietos. 


Esta condición no me permitía imaginar quiénes estaban antes, conocer a mis bisabuelos me parecía extravagante. Pero hoy me apareció una foto de mi bisabuela, gracias a mi tía M.

 Sé que a mi hermano C le gustará la foto, porque él también es guitarrista.
 
Se llamaba Ana María González. Cuando le pregunté a Y si la conoció, me dijo: “uuuuyy, no, ni cómo”, pues el papá de mi mamá (hijo de mi bisabuela) casi fue huérfano. Unos dicen que era de Tampico, otros de Guanajuato. Investigaré, pero hoy no importa de dónde viene, sólo importa que tengo una pieza más para saber de donde vine.

martes, 11 de agosto de 2015

Comunicólogos o filósofos

De nuevo a replantearse horarios cotidianos y hacer más espacio para la lectura intensa de filosofía. Adiós a la frase “me gusta leer”. Puritanos de la lectura no se espanten, amo leer, pero cualquiera que haya leído filosofía sabe que hacerlo es un dolor de cabeza, a menos que leas a Nietzsche, y eso cuando está de buenas.


Esa actitud crítica que desarrollas cuando lees Filosofía, poco o nada sucede cuando estudias Comunicación. ¿Por qué habrá tantas crisis existenciales en este sector? No hay muchos cuestionamientos, al menos en mi rama comunicóloga. Todos se alarmaron con la duda sobre que pasará con las publicaciones impresas y el periodismo en época digital. Algunas editoriales desaparecieron, otras cambiaron, mucha gente sin empleo y comunicólogos sin saber qué hacer. No los culpo, been there, done that.

 ¿No les gustaría crear cómo lo hace la naturaleza? Imagen por gs_laura.


Ahora parece que se abrió un abanico de oportunidades con el Social Media. Todas las marcas y empresas quieren su Community Manager y muchos corren hacia ese campo de trabajo, aunque nadie sepa para qué. Hace poco tomé un curso con comunicólogos. Fue raro convivir de nuevo con ellos como estudiantes, había olvidado cómo eran, me he acostumbrado a mis compañeros-intensos-veo problemas en todos lados-filósofos.


Para bien, y para mal, todo lo veo desde el punto de vista filosófico, y este taller lo veía desde el punto de vista ontológico (ya sé, qué pesadilla). Quería definir conceptos de Social Media y porqué eran así, hablar sobre nuestro papel de periodistas en la era digital, el ser del Community Manager y temas bien clavados. Los primeros días me preguntaba: ¡¿por qué nadie habla de eso?! Hasta que acepté que estaba con comunicólogos.


Sé que el taller no iba sobre eso, pero valdría la pena cuestionarnos de vez en cuando. De otra forma, sólo estamos esperando la próxima crisis y, peor aún, animamos comportamientos cuestionables en la red, como el egoísmo (hola gente que vive de los selfies) o los hacemos creer que tienen algo que decir y que lo queremos escuchar. En conclusión, pura cultura del yo, que es justamente lo que la Filosofía me ha ayudado a rechazar, entre otros sencillos asuntos. Pero claro, un “intelectual” como Umberto Eco dijo esta obviedad y todos los comunicólogos se maravillaron. ¿Neta? Mejor lean a Wittgenstein o Deleuze. Ya se me había olvidado que los estudiantes comunicólogos rara vez se cuestionan algo de manera universal (sorry not sorry).


No niego mi origen comunicólogo, a veces me da pena pero desde la carrera me causa conflicto. Curiosamente, no me arrepiento, sólo creo que debería haber más reflexión en la carrera de Comunicación. Me acuerdo que quería hacer Filosofía de la Comunicación cuando estudié Comunicación, y sólo tuve una clase sobre el tema, aunque en otras universidades ni siquiera eso.

 Creemos que está para nosotros. Imagen por gs_laura.

Apoyo la idea de que esta carrera se debe fragmentar (o al menos replantearse). Pensé que seguiría esa tendencia, pero hace poco vi que mi ex querida universidad y un par más recién estrenan una carrera de Estudios Humanísticos (o algo así). Me suena a que estudiar Humanidades (así, en general) es el nuevo “quiero estudiar Comunicación”. No me gusta mucho la especialización académica, pero ¿Humanidades así nomás?

miércoles, 5 de agosto de 2015

Y nunca regresó a Pinal de Amoles

Me cuenta que en mero Pinal la situación escolar era un poco menos problemática. Curioso es que había (o hay) una escuela de monjas y que, en ese entonces, tenía más alumnos que cualquier escuela federal de la zona. Pero, ¿quiénes iban a una escuela privada? Ah, pues los hijos de los dueños de las minas (es zona minera, he ido a Pinal sólo una vez, recuerdo a señores caminando sobre calles empedradas con la ropa machada de negro, al igual que la cara y manos, algunos todavía con sus cascos puestos); también los hijos de los capataces (qué palabra, me suena tan época colonial, pero todavía se usa).

Esto está situado en 1971, 1972 y 1973. Mi mamá se fue y no regresó hasta 1995. Fueron más de 20 años de no ir a Pinal de Amoles, un lugar que cambió su vida: representa el escape de Matamoros, la separación de su papá (sólo lamenta haber dejado a sus hermanos) y el inicio de su familia (ahí conoció a mi papá), además de su primer trabajo.

Espero convencerla de ir pronto, pues siempre se niega. Le cuesta recordar detalles de esos años, porque cuando se fue de ahí no dio vuelta a la hoja, sino que la arrancó del cuaderno y la tiró. Supongo que vivir entre la sierra en esas condiciones no es algo que uno quiera repetir y que poco o nada tiene que ver con la vida hippie que nos imaginamos o con una zona que está bajo los reflectores que hasta turistas recibe.
 
Quiero ir y ver las montañas. Caminar, ver la capilla y las casas entre la sierra. Hablar con la gente, tal vez alguien recuerde los nombres de mis papás.