jueves, 23 de julio de 2015

Maestra en Pinal de Amoles

Mi mamá llegó a Querétaro desde Tamaulipas, junto con otras cuatro recién egresadas normalistas. Ahí la mandaron, ahí le tocó, no había opciones, era la condición para ser maestro.

Estuvo 2 años en Pinal de Amoles, pero no en la cabecera municipal, no corrió con tanta suerte. Primero estuvo un año en un rancho llamado Epazotitos. Ser maestra en una zona urbana era algo muy lejano, antes tenía que dar clases en una ranchería

Para llegar a Epazotitos desde Pinal tenía que caminar dos horas entre la sierra: subir el cerro y luego bajar, “me bajaba corriendo, se me hacía más fácil”. No había caminos marcados, si acaso veredas, pues circular por la zona era una actividad extraña.

Como era muy difícil llegar al lugar de trabajo, dormía en la escuela entre semana y los viernes en la tarde regresaba a Pinal. Cuando escribo la palabra escuela me refiero a un solo salón, donde se daba clases a todos los niños, de primero a sexto. En la parte posterior, había una cama, donde dormía el maestro o la maestra en turno. 

“Me aseaba y bañaba con el agua que calentaba la gente de por ahí. Cuando no había agua o ya no aguantaba, me regresaba a Pinal, aunque sabía que al día siguiente tendría que caminar 2 horas para llegar a la escuela”. Entonces dormía en el lugar donde trabajaba, en el cuarto donde daba clase y tenía su cama. “Las primeras noches no dormí, por el frío y el miedo”. 

Cuando escribo rancho o ranchería no me refiero a una granja o algo similar. Sino a la comunidad que vive más o menos cerca de la escuela (el salón/dormitorio) y la pequeña capilla, ambas construcciones son el epicentro de la ranchería. Las casas están repartidas entre la sierra, más o menos cerca, a una distancia de 20 minutos mínimo caminando entre una vivienda y otra.

Para conseguir material, tenía que insistir al supervisor  del municipio para que enviaran libros, mientras que los lápices a veces los compraba cuando iba a la ciudad de Querétaro, “si acaso íbamos una vez al mes”. Algunos niños llevaban alguna libreta toda arrugada y un pequeño morral. Si alguno quería ir a la secundaria tenía que mudarse a Querétaro. El concepto de escuela pública no aplica para todo el país. 

Mi papá, por su trabajo, tenía que visitar cada una de las rancherías de la zona. Si había camino, usaba la camioneta, si no tenía que caminar sobre veredas y caminos inexistentes entre la sierra. A veces alguien le prestaba un caballo. Qué imagen, mi papá cabalgando entre la montaña. Y uno tan pinche citadino que es.

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