domingo, 25 de octubre de 2015

Lejos y cerca del desierto

Tamaulipas no es un estado conocido por su abundancia natural (automáticamente lo asocian con y sólo con el desierto), ni por sus playas vírgenes, hoteles ecofriendly y todos esos calificativos que usan quienes buscan un encuentro con la Naturaleza: un encuentro mainstream porque Ella no tiene nada que ver con eso.

Una vez me dieron un tour por las montañas (parte de la Sierra Madre Oriental) que rodean Jaumave. El paisaje cambia del desierto (no un desierto extremo, he de aclarar) a una vegetación tupida, árboles de diferentes verdes y hoja gruesa que, vistos desde arriba, se asemejan más a una selva que a un bosque.

Ver y sentir, es lo único por hacer frente a Ella.

Para llegar a esta área, fuimos por caminos serpenteados entre la Sierra. Apenas se abrió el camino para los coches, son dos carriles tímidos (uno de ida y otro de regreso).

Ella reclama lo que le fue robado. 

Mientras subíamos, vi casas levantadas (contra cualquier posibilidad) a orilla del camino, con materiales básicos como láminas, madera y paja. Espacios diminutos que tienen, como entrada, un camino de tierra trazado con pasos y cercas de alambre del lado de la carretera, pero no del lado que da a la montaña, porque ¿para qué delimitar ese acceso?

Llegamos casi a la cima de una montaña, donde hay un intento de mirador, que en lenguaje mexicano significa: nos orillamos en un pequeño espacio entre el cemento del camino y el inicio de Ella. Los árboles se extendían por kilómetros, como una selva que es un bosque en una zona desértica

Si eres afortunado, te sientes parte de Ella.

Después de recordar nuestra pequeñez frente a Ella, empezamos el descenso y el regreso al rancho en Jaumave.

viernes, 16 de octubre de 2015

Tips de viaje: retenes en Tamaulipas

Desde pequeña recuerdo los retenes en las carreteras de Tamaulipas. No es nuevo, aunque el número ha aumentado y el procedimiento también lleva más tiempo.

Cuando hacíamos el viaje del DF a Matamoros en coche, con mi papá al volante, apenas nos detenían en los retenes. Seguramente la lógica de “es una familia” tenía algún significado para el cuerpo militar. Si acaso le preguntaban a mi papá cuál era nuestro destino final, si no, sólo hacían la señal internacional de “siga avanzando, no se detenga”. Eso era todo, no había más por hacer. Ahora existen diferentes modalidades.

Hay un control militar cerca de Jaumave (rumbo a Ciudad Victoria), dos o tres soldados se paran a la mitad de la diminuta carretera (un carril para cada dirección). Es un puesto construido precariamente. Tal vez sea el único retén que posea la antigua modalidad de sólo preguntar y creer la respuesta. No siempre te detienen de día, pero desde que empieza a anochecer todos deben detenerse y contestar. Una vez pasamos de noche, mi tía y mamá iban adelante en una camioneta. Mi tía, al volante, le dijo al soldado que en el coche de atrás veníamos nosotras: mis primas y yo, para que no nos interrogaran tanto. Cumplieron la petición de una mamá, sólo nos sonrieron y aceleramos.

Control militar pequeño cerca de Jaumave.

Cerca de Tula existe otro retén que me recuerda la seguridad de un aeropuerto. Este siempre lo he cruzado cuando viajo en camión y de madrugada. El camión se detiene, un soldado revisa por fuera y otro (y a veces uno más) sube al área de pasajeros. Prenden las luces, a veces sólo piden credencial e interrogan a algunos sobre su origen y destino, otras piden que todos bajen con credencial en mano para una revisión de equipaje. Seleccionan algunas maletas y las colocan sobre una mesa similar a las del aeropuerto. Si fuiste seleccionado, tú debes abrir tu maleta, enseñar lo que hay dentro y cerrarla, los soldados no usan las manos, sólo los ojos. Si no fuiste seleccionado, sólo debes esperar en la fila. Hay mucha luz gracias a los postes gigantes y no hay pasto, sólo tierra. He sido seleccionada varias veces, nada extraordinario ha pasado, excepto una vez que se me resbaló de las manos la llave del candado de mi maleta. Pensé que los soldados me reprocharían algo pero no, me ayudaron a buscar la diminuta llave sobre la tierra seca.

El retén antes de llegar a Matamoros es el más cinematográfico: con torres no muy altas y soldados vigilando, ametralladoras grandes, postes con luz extra, camiones-tanques a los costados de la carretera y, mi favorito, fogatas gigantes. No hay nada más temeroso que el fuego en la nada oscura. Nunca me ha tocado bajar en este, pero los soldados revisan el camión y suben para ver a los pasajeros con una lámpara, preguntan a algunos, piden credenciales a otros y bajan. 

Es un proceso fugaz. Tal vez parezca algo complicado y terrorífico, pero en el momento, apenas es perceptible. Supongo así son fabricados los retenes, como algo simulado.

Tierra seca, caminos angostos, pero montañas de verdad.
 

domingo, 4 de octubre de 2015

El día que conocí San Fernando. Parte II

Al fin llegó nuestro anhelado camión (la primera parte la puedes leer aquí). Abordamos con la esperanza de que en menos de 10 horas estaríamos en Matamoros. Pero nos habían mentido de nuevo: un camión que va puebleando hace más de 10 horas.


Nunca había recorrido Tamaulipas de esa manera. Pasamos por poblados que ni mamá había escuchado. Gente subía, gente bajaba, vendedores subían con comida y los pasajeros bajábamos en los retenes (aquí puedes leer más sobre los retenes en Tamaulipas) para seguir la rutina militar.


El camión tenía tele. Nunca vi tantas películas de serie B. Recuerdo una donde una niña tenía como mascota a un hijo del monstruo del lago Ness en su bañera. Nos hicimos amigas de una señora que también tenía que llegar a Matamoros. Mis tías hablaban una y otra vez al teléfono celular para peguntarnos por dónde íbamos, como si supiera esas respuestas en el desierto, pero esa señora amiga conocía todas las respuestas. Ella me fue nombrando cada uno de los poblados, hasta que dijo: vamos a entrar a San Fernando.


Decir esa frase en ese entonces todavía no era sinónimo de terror (como ya lo es en este post), pero sí de su precuela: la desolación. El camión se desvió de la carretera principal por un camino todavía más angosto. Sólo recuerdo el polvo y el color amarillo, nada de vegetación, si acaso una que otra mancha verde-café detenida en el suelo. Nunca olvido las bancas de cemento con un pequeño techo a un costado del camino, y menos olvido a las personas sentadas en ellas, provenientes de poblados todavía más pequeños y alejados, esperando a que pase el camión a una hora aproximada.

 Banca de cemento.


Desde que soy pequeña voy a Tamaulipas y nunca habíamos parado en esa ciudad. No teníamos razón para hacerlo, sabíamos que era zona prohibida, donde no había nada.

Llegamos a la terminal de San Fernando y esperamos. Los choferes bajaron, lo consideré una buena oportunidad para fumar. Veía a mi alrededor y nunca vi una sola sonrisa, aunque tampoco había mucha gente. Un ambiente tan extraño, tan vacío. Fuimos el único camión en llegar, ninguno llegaba, todos se iban. Apenas 3 o 4 cajones para que se estacionen los camiones, una tiendita con comida chatarra, una gran puerta de cristal para ver hacia dentro de la pequeña terminal y no hay más. Llegó el momento de partir, subí y le dije a mamá: se siente perdido aquí.


Desde ese punto, el camino fue más rápido o tal vez avanzamos para dejar pronto esa zona. Salimos y, unas horas después, al fin llegamos a Matamoros para velar y enterrar al papá de mi mamá.


Nota: en ese funeral, vi por segunda vez a mi abuela (aquí puedes leer al respecto).

jueves, 1 de octubre de 2015

El día que conocí San Fernando. Parte I

Estuve sólo una vez. Poco tiempo, como una hora, fue suficiente para sentir que algo se desmoronaba en San Fernando. Aunque, en ese entonces, no imaginé que sería una ciudad fosa. 

Estuve en 2009 por razones familiares, puras casualidades unieron dos acontecimientos. El azar, aunque nuestra razón lo niegue, acontece.

Cr estaba por llegar a este mundo. La esperaban un viernes pero, a pesar de las inquietudes, el doctor mandó a todos (cuñada, hermano y mamá) de regreso a casa pues todavía no era el momento adecuado para iniciar el parto.


Entonces, los viernes salía temprano del trabajo. Mi plan de alcanzarlos en el hospital no se realizó pero, como mamá no recibió nieta, me invitó a comer. Nos vimos y comimos en Polanco, nos quedamos en la zona para caminar y ver los escaparates antes de regresar a casa. Cuando llegamos, el identificador de llamadas marcaba más de 5 llamadas del mismo número, un número de Tamaulipas. Mamá lo supo de inmediato: algo había sucedido. Regresó la llamada a su hermana, quien le platicó lo que, efectivamente, había sucedido: su papá, mi abuelo, había fallecido.


No fuimos cercanas a él (aquí un poco al respecto), pero teníamos que ir. Le avisé a mi hermano (futuro papá) tratando de dejarlo lo más tranquilo posible, pues eran muchas emociones para todos (un bebé en camino y una persona que se va). 


Mamá y yo nos fuimos a la terminal del norte, donde reina el caos desde el principio de los tiempos. Ya no alcanzamos el camión directo a Matamoros, ni siquiera a Ciudad Victoria. La señorita del mostrador me mintió y dijo: pueden llegar a San Luis y de ahí salen camiones cada hora rumbo a Matamoros. Acepté la oferta, no sólo me pareció la mejor, sino la única opción. 


Mientras esperamos nuestro camión, encendí un cigarro (entonces era fumadora) y mamá fumó. Nunca lo olvidaré, no porque me parezca terrible que fume, sino porque es sorprendente cómo un suceso te puede orillar a hacer algo que nunca habías hecho. Salimos a medianoche del DF y cinco horas después llegamos a San Luis Potosí tan sólo para descubrir que justo había salido un camión rumbo a Matamoros. Le llamaron desde el mostrador para preguntar si todavía podíamos abordar, pero el chofer dijo que ya habían salido a la calle. 


La mentira de la señorita del mostrador fue tan catastrófica que esperamos alrededor de 3 horas al siguiente camión, pues no salían cada hora como me había dicho. San Luis Potosí es una especie de frontera, ahí tienes que comer, ir al baño, abastecerte de comida, poner gasolina y verificar que todo esté bien porque pasando ese punto llega el Norte: desierto, caminos rectos interminables, calor, curvas pronunciadas entre montañas, frío, zonas deshabitadas, sin lugares para orillarse, la nada.


Pero ese sábado era tan temprano que la actividad en la terminal era nula. Mientras esperamos, recibimos la llamada de mi hermano para decirnos que Cr había llegado al mundo en la madrugada. La mayor alegría en ese panorama empedrado, aunque no vislumbré el significado de tener un bebé cerca, de ser tía.

El inicio del Norte.

Aquí puedes leer la parte II del texto.