Tamaulipas no es un estado conocido por su abundancia
natural (automáticamente lo asocian con y sólo con el desierto), ni por sus
playas vírgenes, hoteles ecofriendly y todos esos calificativos que usan
quienes buscan un encuentro con la Naturaleza: un encuentro mainstream porque Ella no tiene nada que ver con eso.
Una vez me dieron un tour por las montañas (parte de la
Sierra Madre Oriental) que rodean Jaumave. El paisaje cambia del desierto (no
un desierto extremo, he de aclarar) a una vegetación tupida, árboles de diferentes verdes y hoja gruesa que, vistos desde arriba, se asemejan más a una
selva que a un bosque.
Ver y sentir, es lo único por hacer frente a Ella.
Para llegar a esta área, fuimos por caminos serpenteados
entre la Sierra. Apenas se abrió el camino para los coches, son
dos carriles tímidos (uno de ida y otro de regreso).
Ella reclama lo que
le fue robado.
Mientras subíamos, vi casas levantadas (contra cualquier
posibilidad) a orilla del camino, con materiales básicos como láminas, madera y
paja. Espacios diminutos que tienen, como entrada, un camino de tierra trazado
con pasos y cercas de alambre del lado de la carretera, pero no del lado que da
a la montaña, porque ¿para qué delimitar ese acceso?
Llegamos casi a la cima de una montaña, donde hay un intento
de mirador, que en lenguaje mexicano significa: nos orillamos en un pequeño
espacio entre el cemento del camino y el inicio de Ella. Los árboles se
extendían por kilómetros, como una selva que es un bosque en una zona
desértica.
Si eres afortunado, te sientes parte de Ella.
Después de recordar nuestra pequeñez frente a Ella, empezamos el
descenso y el regreso al rancho en Jaumave.