lunes, 25 de agosto de 2014

Sugerencia de una ciclista del norte

Debo aclarar que le entré a la onda ciclista hace unos meses. Cada vez que ruedo con Turbina (así se llama mi bici, gracias a esta canción), me enamoro más de esta actividad. Así como el primer amor, te clavas sin importar el mañana.

Sí, ya sé que muchos dirán que es una moda, que odian a los ciclistas, que son unos chiflados y un sinfín de pretextos y reclamos. Tal vez tendrán algo de razón, pero no es el tema que me ocupa en esta ocasión.

Acá, en el norte del DF, no hay ciclopistas y mucho menos estaciones de Ecobici. Vivo con la esperanza de que aumenten estos servicios más allá del circuito Roma-Condesa-Polanco-Reforma. No tengo nada en contra de estas zonas defeñas, pero en Reforma, por ejemplo, existen varias estaciones muy cercanas entre sí, cercanas me refiero a dos cuadras de distancia.

El Paseo Dominical, Muévete en Bici lo han extendido hasta unas cuadras de mi barrio norteño, a la calle de Victoria (mapa). Aunque se agradece, la experiencia es un poco complicada.

En primer lugar, el estado de Calzada de los Misterios es lamentable. Baches, hoyos, topes involuntarios, vías de tren en pésimo estado, mosaicos levantados, coladeras destapadas. No sabía que podía haber tantos males en una calle. He visto muchas caídas en esta pista de obstáculos, donde cualquiera puede tropezar, a menos que seas un maestro del manubrio, como Vincenzo Nibali, claro.

La otra razón es que hay varios cruces peligrosos y no hay policías auxiliares. Es decir, los coches, al no ver a su igual (o sea, otro coche), no se detienen en los altos. Cruces como los de Robles Domínguez, Manuel González, Circuito Interior, que son avenidas grandes, no cuentan con ayuda eficiente.

A diferencia de la parte bonita, la turística, donde hay policías y personas con letreritos de alto/siga para ayudar a cruzar con más seguridad. Las autoridades (cof cof, Tanya Müller) siempre presumen la parte de Reforma. Deberían ver el cruce de la glorieta de Simón Bolívar, donde los coches y camiones avientan lámina a ciclistas, corredores, paseadores, perros y niños (aquí puedes leer sobre una zona de por ahí: Tlatelolco).

Una vez escuché a unas chavas decir: llegamos a la parte más fea. No las culpo. En vez de que la ampliación del paseo sirva para que conozcan esta parte olvidada de la ciudad, los anima a no regresar. 

A pesar de esto, en el norte también andamos en bici. Espero no nos olviden. De hecho, es uno de los propósitos de este humilde blog: subrayar que también hay vida al norte.

 

lunes, 18 de agosto de 2014

Regreso a clases

El año pasado volví a tomar clases. Después de cinco años, dije: voy por la segunda ronda. Ya casi llego a la mitad de mi segunda licenciatura y termino el nivel A1 del alemán, apenas.

Hoy regresaron mis sobrinas a la escuela. Obvio asisten a un colegio de la zona norte del DF, norteño como al que yo fui desde mis años preescolares.

Mi excolegio es el primerito que ves cuando entras al DF desde Pachuca y la zona de las pirámides.

Recuerdo que desde el salón podías ver el cerro y, si tenías una vista de halcón, la carretera que lo atraviesa. También recuerdo que, cuando había incendios en el cerro, se veía el humo o, incluso, podías ver a la gente paseando en la montaña.

Existía esa sensación de al aire libre. Ese colegio tenía un gran, grandísimo terreno, con un campo central enorme. Casi que aprendí a sumar entre la naturaleza.

Fue hasta la prepa que corté el cordón umbilical del norte defeño y me fui a estudiar al sur, a un colegio súper fresa de Mixcoac. Ahí aprendí que las escuelas son aulas, sin campos de pasto verde, sino cemento con rayas amarillas y rojas, que el panorama no consiste en ver un monte, sino que una escuela está sumergida en la ciudad.

Después de ir a una universidad en Santa Fe, ahora voy a LA universidad sureña (y supongo que mexicana también) por excelencia. Desde ahí también puedo ver las montañas. 

Así ha sido mi vida escolar, ir a colegios y universidades en los extremos de la ciudad. A la primera y a la última, a una norteña y a una sureña, desde el principio hasta el final de la ciudad, o viceversa.
 

miércoles, 13 de agosto de 2014

El otoño de mis Converse

Son pequeños detalles los que delatan a un ser adulto, más allá de independizarte o necesitar dormir ocho horas para ser una persona funcional.

Con las responsabilidades he podido lidiar, pero algo que me costó trabajo, y hasta me dolió en mi corazoncito (y de paso, a mis pies), fue tener que dejar a un lado los Converse.

¿Por qué? Me lastiman. Bien me decía mi mamá que esos tenis no le gustaban por su suela plana, mala para el arco. No sé cómo puedes caminar con esos, me decía en mi juventud. 

Hasta hace poco entendí a mi madre. He limitado el uso de mis Converse (a ocasiones muuuy especiales, que no requieren caminar mucho) porque me cansan. Esos zapatos que tanto significan, entre rebeldía, carga histórica y diseños increíbles (mis favoritos son los de camuflaje militar), ahora son sinónimo de dolor en los pies. Bienvenida a los 30.


lunes, 4 de agosto de 2014

Siempre Norte

En mi primera entrada debo explicar porqué llamé así a esta bitácora. Sí, ya sé, se oye muy cursi, pero tiene otro significado, muy relacionado con un (casi) estigma que he llevado toda mi vida.


El nombre tiene que ver con mi condición de vivir al norte y de estar relacionada con otros norteños. Mi condición norteña me ha hecho ver la vida (sobre todo la ciudad) de otra forma.


He vivido al norte del DF, prácticamente, toda mi vida. Ojo: de la ciudad, no en Satélite. En mi adolescencia, vivía por acá, mientras todas mis amigas vivían en el sur. Estudié en una prepa fresa de Mixcoac y fue cuando noté, por primera vez, que era norteña.


Mi familia materna es de Tamaulipas. Toda la vida he ido a ese estado norteño y, en cada viaje, lo sigo conociendo. Esto va ligado a visitar Estados Unidos pues, de esa mitad familiar, casi todos cruzaron el río para nunca regresar.


Uno de mis hermanos, desde hace una década, migró a Inglaterra. No sólo vive en un país del norte, sino en una ciudad al norte de la capital británica. Cuando lo he visitado, he podido ver la aparente rivalidad entre la céntrica Londres y la orgullosa Mánchester.


Además, recientemente, las rutas del amor y la universidad me han dirigido un poco al idioma alemán y a Berlín. Otro norte.


Casualidad o camino que he escogido, el norte está en mí y yo en él. Por eso elegí este nombre, porque mi corazón está al norte: de la ciudad, del país y del mundo.