lunes, 29 de febrero de 2016

En busca de Alexander Supertramp II

Into the Wild se convirtió en una doble meta, en un doble camino que marcó mis pasos. Además de vivir tranquila sin tantas cosas, admiré que un periodista plasmara una gran historia de una gran persona común (y real) en un libro. Son precisamente esas historias, de las personas comunes, las que me parecen más reales. Por eso me gusta escuchar las historias que suenan en las calles, como si flotaran entre los edificios, esperando que alguien las cache para plasmarlas en el lenguaje escrito.


No creo en la escritura que se hace desde la soledad, como un acto de egoísmo. Aunque sentarte a escribir es un acto solitario, cuando lo haces, esas voces que escuchaste te acompañan al marcar las letras. Contar una historia que persista, que cuando la gente la lea se pregunte por las personas en la historia y no por el escritor, es la escritura que me parece digna.


Después me pareció curioso encontrar algo de Chris McCandless en aquel chico que me contó sobre Into the Wild. Además de un parecido físico (barba, bigote, cabello medio largo, medio güero no son características precisamente difíciles de encontrar en un hombre), me pareció ver algo de la actitud de Supertramp en R: renunciar al dinero proveniente de una familia medio acomodada, estar bien con las cosas necesarias y dejar que el camino te guíe, aunque el destino sea una playa en el Caribe.

No soy una persona valiente, tampoco soy hábil físicamente. Fui Scout unos años de mi infancia y aprendí que puedo no morir en un campamento a las faldas del Popocatépetl y a hacer nudos. No aprendí a buscar comida en el bosque ni a hacer fogatas. Llegué a la conclusión de que, si quiero irme a Into the Wild, necesito un Supertramp.

Los Troncos, Tamaulipas.

Si encontré unas características en R, no me pareció complicado buscar otros aspectos de Supertramp en otros hombres. En T encontré su bondad y sensibilidad, él también creía que la felicidad sólo es real cuando es compartida, pero no sabía hacer fogatas y su sentido de orientación no era muy bueno, siempre era yo quien nos sacaba de los laberintos en la ciudad y también era yo quien se apalabraba con los choferes cuando teníamos que tomar un taxi en la madrugada.

Después en M encontré que, además de ser sensible, le gustaba ir al Norte, así como sus climas extremos (ya fuera el desierto o el hielo). Para mí sorpresa, él sabía hacer fogatas, pero una vez que vimos una película de zombies, lo abracé y le dije: M, tengo miedo; él me abrazó y me dijo: yo también.

Ahora quisiera encontrar a un hombre que además de ser valiente y sensible, sepa hacer fogatas y pueda vivir en la naturaleza, aunque sólo sea por un breve periodo de tiempo. Tal vez no es el hecho de dejarlo todo, sino de no dar importancia a las cosas, poder vivir con poco. Si de paso, se parece físicamente en algo a Alex Supertramp y no le molesta acompañarme al Norte, no podría pedir más.

Por eso a veces pregunto ¿cuándo nos vamos como el de Into the Wild?, esperando que alguien conteste: ya.

Miquihuana, Tamaulipas.

domingo, 28 de febrero de 2016

En busca de Alexander Supertramp I

Estábamos en mi carro, todavía era la época del Sentra gris del 97, yo de piloto, él de copiloto. Mientras llegaba la hora de entrar al trabajo para mí y el inicio de clases para él, esperábamos en el estacionamiento. Era uno grande, 5 niveles y una azotea, ahí nos gustaba estar, veíamos el cielo y, como no había otros coches, el silencio nos permitía escuchar sólo nuestras voces.


Él tenía el turno matutino en la redacción del periódico, yo el vespertino. Yo iba a clases en la mañana, él en la tarde. Los minutos después de comer representaban nuestro momento para platicar durante el día (todo lo demás, nos pasaba en la noche). Fue durante una de esas precipitadas pláticas, que un día R me preguntó: ¿has visto Into the Wild?

Nunca he sido gran adepta al cine. Me gusta que me cuenten historias y mi predilección son las historias escritas, orales o, si acaso, estáticas (como las fotografías). Disfruto las del cine, pero es más difícil que me sorprendan.

No, no había visto Into the Wild. Como la buena persona que es, R sólo me contó la premisa: un chico que deja todas sus posesiones y familia para vivir en la naturaleza. Por supuesto que me intrigó un poco.

Jaumave, Tamaulipas.

No vi la película hasta años después. R y yo ya no estábamos juntos, aunque nos frecuentábamos de vez en cuando. Ver cómo una persona se despojaba de sus pertenencias y lo que parecía un futuro prometedor en la universidad sin decirle a sus padres causó un gran impacto en mí. Me conmovió.

Sumergida en una vida que podría llamar privilegiada, casi sin conocer la negación a un deseo por un objeto, me sorprendió que una persona pudiera ver lo simple de la naturaleza y sentirse feliz al saberlo. No me deshice de mis cosas ni me fui a vivir al bosque, pero sí me di cuenta que no necesito tantas cosas para vivir y empecé a ver la naturaleza sin esfuerzo.

Miquihuana, Tamaulipas.

En poco tiempo, y después de varias veces de ser vista, se convirtió en mi película favorita y Alexander Supertramp en una especie de héroe, tal vez hasta modelo a seguir. Me ayudó a salir del sueño dogmático (así como Hume sacó a Kant) de este modelo socioeconómico o al menos a no considerar sus laberintos como caminos a la felicidad, ni el deseo de tener más o hacer más como signo de éxito.

Al investigar sobre la historia verdadera, encontré que fue un periodista quien recuperó su historia. Por una pequeña nota sobre Christopher McCandless, Jon Krakauer se preguntó qué llevaría a un joven a ir al Norte, a vivir en Alaska. Empezó a excavar para encontrar la respuesta y compartirla. Después de pedir un favor, conseguí el libro.