Son pequeños detalles los que delatan a un ser adulto, más
allá de independizarte o necesitar dormir ocho horas para ser una persona
funcional.
Con las responsabilidades he podido lidiar, pero algo que me
costó trabajo, y hasta me dolió en mi corazoncito (y de paso, a mis pies), fue
tener que dejar a un lado los Converse.
¿Por qué? Me lastiman. Bien me decía mi mamá que esos tenis
no le gustaban por su suela plana, mala para el arco. No sé cómo puedes caminar
con esos, me decía en mi juventud.
Hasta
hace poco entendí a mi madre. He limitado el uso de mis Converse (a ocasiones
muuuy especiales, que no requieren caminar mucho) porque me cansan. Esos
zapatos que tanto significan, entre rebeldía, carga histórica y diseños
increíbles (mis favoritos son los de camuflaje militar), ahora son sinónimo de
dolor en los pies. Bienvenida a los 30.
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