miércoles, 22 de abril de 2015

Sentir el agua

Una palabra define mis vacaciones de la infancia: playa. Mi papá era un enamorado de ella y nos contagió a mis hermanos, mamá y a mí de la misma fascinación por ese destino turístico.

Íbamos hasta dos veces al año a Acapulco. Muchas familias van a vacacionar a la playa, pero nosotros lo hacíamos diferente. A mi papá no le gustaba ir a la alberca, siempre nos decía: estamos en la playa para ¡nadar en el mar!

Con esa lógica crecí, todavía ahora en mi vida adulta, me resulta irónico que la gente vaya a un destino turístico con playa para pasársela en la alberca. En fin, mientras todos los niños del hotel chapoteaban en un pozo con agua, mi papá nos llevaba al mar.

Mis primeras lecciones acuáticas fueron en agua salada, con marea, olas, espuma y arena por todos lados. Aprendí que el mejor lugar para estar no es en la orilla, sino unos pasos más adentro, para que sólo tengas que alzar un poco la cara cuando pasa la ola y evitar el forcejeo con el mar. Aprendí que estar en constante movimiento, medio pataleando o aleteando, es bueno, pero ante la llegada de una ola, es mejor sumergirte y pasar por debajo de ella. En general, comprendí que es mejor seguir la corriente.

Bajo estas circunstancias marítimas aprendí a nadar, flotar y moverme en el agua. Nunca le tuve miedo, respeto sí: no es un temor que te paralice, sino una emoción pues comprendes la fuerza del mar y que tu cuerpo se puede mover junto con él. Por lo que nadar en una alberca me resultaba un poco aburrido, ¡pasaba nada! No había un movimiento natural al cual me tuviera que acomodar.

“Sé nadar, pero sólo lo he hecho de forma recreativa”, fue mi respuesta en mi primera sesión de natación hace unas semanas (ya saben, el cuerpo adulto me pide otra actividad para no oxidarme). Después de unos ejercicios en la alberca, mi maestra me dijo: “okei, ya vi que sí sabes nadar, ¿a qué edad aprendiste?”. Medio le platiqué mi tour por el mar y sólo me contestó: “tu papá seguramente fue un buen nadador”. 

Resulta que puedo nadar (casi) todos los estilos, hasta mariposa, yo juraba que sólo los olímpicos podían y, bueno, la más sorprendida soy yo. Pero luego pienso que más que enseñarnos a nadar, mi papá nos guió por el agua para sentirla, y ese encanto lo sigo sintiendo cuando nado… aunque sea en una alberca.

 Riviera Maya, el último mar que sentí.

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