Me cuenta que en mero Pinal la situación escolar era un poco
menos problemática. Curioso es que había (o hay) una escuela de monjas y que,
en ese entonces, tenía más alumnos que cualquier escuela federal de la zona.
Pero, ¿quiénes iban a una escuela privada? Ah, pues los hijos de los dueños de
las minas (es zona minera, he ido a Pinal sólo una vez, recuerdo a señores
caminando sobre calles empedradas con la ropa machada de negro, al igual que la
cara y manos, algunos todavía con sus cascos puestos); también los hijos de los
capataces (qué palabra, me suena tan época colonial, pero todavía se usa).
Esto está situado en 1971, 1972 y 1973. Mi mamá se fue y no
regresó hasta 1995. Fueron más de 20 años de no ir a Pinal de Amoles, un lugar
que cambió su vida: representa el escape de Matamoros, la separación de su papá
(sólo lamenta haber dejado a sus hermanos) y el inicio de su familia (ahí
conoció a mi papá), además de su primer trabajo.
Espero convencerla de ir pronto, pues siempre se
niega. Le cuesta recordar detalles de esos años, porque cuando se fue de ahí no
dio vuelta a la hoja, sino que la arrancó del cuaderno y la tiró. Supongo que
vivir entre la sierra en esas condiciones no es algo que uno quiera repetir y
que poco o nada tiene que ver con la vida hippie que nos imaginamos o con una
zona que está bajo los reflectores que hasta turistas recibe.
Quiero ir y ver las montañas. Caminar, ver la capilla y las casas entre la sierra. Hablar con la gente, tal vez alguien recuerde los nombres de mis papás.
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