De niña pensaba que así era la historia de todos lo que
vivían en el DF, que los papás de mis amigos en la primaria venían de otros
estados y habían llegado a la ciudad a tener hijos. Después me enteré que no,
que no era el caso de todos y de los que sí era el caso, sus papás venían de
lugares más conocidos o convencionales como Michoacán, Guerrero, Veracruz o
Oaxaca, sobre todo.
Los familiares que nunca han dejado Querétaro y los otros
familiares regados en Estados Unidos y uno que otro integrante en Tamaulipas
nunca han entendido porqué vivimos aquí, pues mi familia fue
la única que se instaló en el DF. Mis papás, hermanos y yo somos los únicos chilangos. Creo que no lo
entienden porque ellos son de ciudades pequeñas.
Siempre me fascinó este lugar. En la preadolescencia, me
gustaba saber que afuera de mi entorno controlado del hogar había un caos y que
lo había todo, saber que mis hermanos y yo podíamos ir a colegios fresas fuera
de nuestra colonia, que mamá trabajaba lejos y que papá nos llevaba a comer al
Centro cada semana. Me gustaba saber que el DF era muy grande.
Mamá dice que ha vivido más tiempo en el DF que en cualquier
otro lado. Contesta con un fuerte NO, cuando alguien le pregunta si va a
regresar a Tamaulipas o a un lugar aburrido, como Texas. Hace poco
conocí a una viejita viuda que nació en Tepic y me platicó que su familia de
Nayarit le dice que regrese, qué hace aquí sola. Ella se rió y me dijo:
“imagínate, quieren que me regrese; nunca, allá me aburro al segundo día”. No
vamos a cambiar al DF, supongo.
(Aquí puedes leer la segunda parte de la carta).
(Aquí puedes leer la segunda parte de la carta).
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