miércoles, 20 de enero de 2016

Glorieta de Insurgentes

Siempre me ha parecido horrenda e innecesaria. No importa cuantas pantallas gigantes coloquen ni cuantos edificios levanten, ¿por qué hay una glorieta ahí? Nunca lo he investigado porque temo romper el encanto. En la colonia donde crecí, hay glorietas sin nada al centro, ni una estatua, ni una fuente, ni un parquecito, nada. Ese sin sentido es llevado a su esplendor en este hoyo cruzado en Insurgentes y Chapultepec.

A pesar de esto, me encanta la Glorieta de Insurgentes. Cuando la atravieso, siento que te puedo encontrar, así como nos encontrábamos hace 5, 6 años. No sólo era nuestro punto medio en este monstruo de ciudad, porque tú trabaja(ba)s en la Cuauhtémoc y yo trabajaba en la Roma y quedarnos de ver ahí era lo más equitativo, también era nuestra marca en el tiempo, cuando olvidábamos nuestras labores de textoservidores frente a la computadora para ir a escuchar música.

No olvido el bar espantoso a un costado de la Glorieta, te seguía al infierno. Sólo íbamos porque la cerveza era muy barata y nos apoderábamos de la rockola. Como el dueño del bar era tu amigo, no nos decía nada y, a veces, hasta nos daba monedas de la caja. Era el cielo para mí, no me importaba sumergirme contigo en esta falla de la ciudad. Dicen que eso es el amor, un error en la lógica del universo.

No sé que estamos esperando.

Mientras la atravieso, aunque sólo son unos pasos que no toman más de 5 minutos, te llamo en mi cabeza, te llamo al abismo, a este abismo donde nos encontrábamos. Nunca apareces.

Excepto hoy.

Cuando me preguntaste donde quería comer (ahora que podemos ser amigos, porque con la muerte de David Bowie desapareció cualquier posibilidad), sólo pude decir: nos vemos en la Glorieta.

No te reconocí, pero luego empezaste a hablar de música y supe que eras tú. Lo que me dijiste (“Yo me acuerdo de ti con Brincas de los fobios”) fue el highlight de mi semana. No recordaba que brincábamos juntos en el departamento de la Tabacalera y la música a las 3 de la mañana, no sé como no nos corrieron los vecinos. Tanto ruido proveniente de dos personas, incluso era demasiado si contábamos cuando nos acompañaba tu primo. Fue el departamento más musical y fui muy feliz ahí contigo (bueno, tú sabes hasta que día ya no).

Nos despedimos en la Glorieta después de comer y de que me acompañaste a comprar un libro. Te ríes porque dejé el glamour –así llamas a mi extrabajo– para regresar a la escuela, “¿te fuiste de la universidad más fresa a la facultad más hippie? Siempre has sido extremista”. Well, you know my style, beibi. Abrazo y beso, una mejor despedida que la última.


Me sigue pareciendo que esa herida circular en la ciudad es nuestra herida también. Se inunda, la pavimentan, la escarban, la pisotean, pero no desaparece. No importa, porque fue esa herida lo que nos permitió errar y salir de este mundo ordenado.

Y tú, solo brincas. 

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